A un día de cumplir un mes de protestas en Caracas, en la Plaza Altamira se estaba operando el mismo escenario: los estudiantes, con un pañuelo o una camisa vieja que les tapaba la cara, usaban antenas o aluminio en las manos que les servía de escudo. La Guardia Nacional Bolivariana trancaba las vías para entrar a la plaza. El ambiente era pesado, estaban esperando, -¿Esperando qué?- les preguntó Indy, el que manejaba la moto en la que me encontraba a los estudiantes, -¿Cuándo van a empezar a lanzarles bombas lacrimógenas?-, -Dentro de poco-. Estaban esperando lo que ya se volvió una rutina desde aquel 12 de Febrero: ese momento en el que tienen que correr, o devolver las bombas para aquellos valientes que se arriesgan. Pronto se escucharían detonaciones y gritos, una vez mas. La "arrechera" como dicen es más fuerte que el miedo. Desesperados por un cambio, desesperados por ser escuchados, los estudiantes querían poder salir a protestar y que su derecho sea respetado.
Las calles trancadas, los carros tocando corneta y las personas mayores caminando por la acera con sus bolsas de supermercado, así se veía la ciudad sentada desde mi puesto trasero de la moto. Trataba de pasar entre los carros acumulados por las trancas. Al llegar a la autopista Francisco Fajardo se sumaban como obstáculos los guardias para llegar a la plaza Altamira. El camino fue largo, el día se oscurecía y al pasar por debajo del puente de la autopista, podía ver la cantidad de guardias que esperaban sentados, recuperando la energía que pronto iban a necesitar.
Finalmente llegamos a la plaza Altamira, las personas se devolvían, otras regresaban en el lugar en el que se encontraban los guardias con más aluminio para protegerse. Varios grupos de personas se reunían para elaborar tácticas, mientras más avanzábamos, más caras veíamos con la expresión de las personas llenas de rabia mezclada con esperanza.
En ese momento Indy se detuvo para dejarme tomar una foto. Le pregunté al grupo que se encontraba ahí si podía tomarles una, todos se voltearon hacia mí, subieron los pañuelos hasta sus ojos para tapar sus rostros, otros pusieron sus manos con el miedo de ser reconocidos y perseguidos. Un señor se acercó y me pidió de identificarme, no supe qué contestarle en ese momento y le respondí con la voz cortada mi nombre completo, luego el señor me pidió no tomar fotos en las que se reconocerían los rostros; mientras seguía su discurso que parecía más un regaño que un consejo, vi pasar a mi derecha tres jóvenes con placas de aluminio en sus manos, me acerqué y les pregunté si les podía tomar una foto. Se voltearon y me vieron, logré tomarles varias fotos. Antes de despedirme les pregunté qué significaba la libertad para ellos y uno de ellos me respondió:
Me monté en la moto seguimos avanzando, nos acercábamos de más en más al caos, la tensión se sentía, y sabíamos que pronto volvería a suceder lo mismo.
Vimos dos grupos de personas reunidas en un punto central, decidí bajarme de la moto para ver lo que estaba pasando. Antes de acercarme aún más me di cuenta de que la guardia estaba esperando justo al frente, si nos acercábamos más veríamos la cantidad de personas que eran. Tomé algunas fotos y me acerqué al grupo, ambos estaban alrededor de dos guardias, tratando de hablar, pero visiblemente, fue en vano. Se lanzaron en una discusión, era una opinión contra otra, una ideología contra otra. Los estudiantes me dejaron pasar para tomar algunas fotos, estas personas no tenían miedo a ser fotografiadas: querían un cambio. El miedo se iba desvaneciendo y se cambiaba por el deseo de una Venezuela diferente.
En vista de que la situación se estaba poniendo muy tensa, Indy decidió llevarme a mi casa otra vez, pero cuando dimos media vuelta, vimos a un joven y decidí tomarle una foto. Aproveché esa ocasión para preguntarle lo mismo -¿Qué significa para ti la libertad?-, era un estudiante de Contaduría en la Universidad Santa María de Caracas, la respuesta ya estaba clara en su mente. Enseguida, me respondió:
Antes de devolverme, Indy me dijo -Prepara la cámara-, sentada en mi asiento trasero, saqué mi cámara de mi bolso y la agarré entre mis manos. Nos dirigíamos hacia el lugar en el que estaban los guardias, pasamos por la parte de atrás del puente, tenía miedo, le dije varias veces al conductor que no se acercara más, que no quería que nos pasara nada, y él me pidió que me quedara tranquila. Llegamos, se acercó y nos encontramos rodeados de guardias, todos nos miraban sin entender mucho lo que estaba pasando, lo que estábamos haciendo. Les tomé unas fotos desde la moto y él arrancó, no pude evitar reírme, porque en ese momento entendí que la adrenalina que veíamos desde aquel 12 de Febrero nos consumía a todos los que vivíamos este momento, sea cual sea nuestra ideología.